Débilmente se apagan las luces que iluminaron mis deseos de más luz. Sutilmente los colores se ahogan saturados en su propio elemento y los claros sonidos por los que recibía el mundo se enturbian en mis oídos que ampliaban en sus albas toda la exuberancia de la palabra vida.
Hoy vivo ya en penumbras. De Claroscuros vivo y la imaginación que libaba de mieles, vientos, aguas, la creación de ti en los sueños más hondos, se aduerme en los venenos que los sentidos todos encenizados desta tierra apagada que mis ojos reciben como brumas de un ocaso sin termino, solo renacerá en el suicidio deste inmenso cansancio que en mitad del desierto se hace uno conmigo. Ya no saldré a cazar.
Oh corazón: dulce es la madriguera y se apagan en ella los destellos de las vírgenes albas, abras caídas de la magia en las que manos memoriosas anunciaban el destino de la poesía, el exilio, el destierro, la cruel incuria y feroz intemperie maquillada con máscaras de un vil resentimiento.
Y entonces tú, mas seguro en la desnudez de la violencia de mis amados ocres, entonces tú, llamándome, aún llamándome, fuera de toda madriguera, fuera de todo pánico, me ofreces nuevamente el sueño de los astros dormidos en tu sexo olvidado, aquí en el axis mundi, lejos de las miserias de los cuerpos trasfigurados estos y las edades todas, lejos de la violencia sujeta a tiempo y a dolor, cumplida el ansia de las glorias buscadas, el otro tiempo, el tiempo del retorno renacido en tu cuerpo, oh Marcus Schenkenberg, tú el adviento, tú el que inauguras el otro paraíso, el no creado por dios alguno, el siempre prometido y solo presentido en un pobre poema por un triste poeta.
Débilmente se apagan las luces que iluminaron mis deseos
de más luz. Sutilmente los colores se ahogan saturados
en su propio elemento y los claros sonidos por los que recibía
el mundo se enturbian en mis oídos que ampliaban en sus albas
toda la exuberancia de la palabra vida.
Hoy vivo ya en penumbras.
De Claroscuros vivo y la imaginación que libaba de mieles,
vientos, aguas, la creación de ti en los sueños más hondos,
se aduerme en los venenos que los sentidos todos encenizados
desta tierra apagada que mis ojos reciben como brumas de un ocaso
sin termino, solo renacerá en el suicidio deste inmenso cansancio
que en mitad del desierto se hace uno conmigo. Ya no saldré a cazar.
Oh corazón: dulce es la madriguera y se apagan en ella los destellos
de las vírgenes albas, abras caídas de la magia en las que manos memoriosas
anunciaban el destino de la poesía, el exilio, el destierro,
la cruel incuria y feroz intemperie maquillada con máscaras
de un vil resentimiento.
Y entonces tú, mas seguro en la desnudez de la violencia de mis amados
ocres, entonces tú, llamándome, aún llamándome, fuera de toda madriguera,
fuera de todo pánico, me ofreces nuevamente el sueño de los astros
dormidos en tu sexo olvidado, aquí en el axis mundi, lejos de las miserias
de los cuerpos trasfigurados estos y las edades todas, lejos de la violencia
sujeta a tiempo y a dolor, cumplida el ansia de las glorias buscadas,
el otro tiempo, el tiempo del retorno renacido en tu cuerpo, oh Marcus Schenkenberg,
tú el adviento, tú el que inauguras el otro paraíso, el no creado por dios
alguno, el siempre prometido y solo presentido en un pobre poema
por un triste poeta.